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El trasplante de rostro más ambicioso de la historia

Tenía sólo 27 años cuando su vida cambió para siempre. El 5 de septiembre de 2001 lo llamaron para apagar un incendio en una casa en Senatobia, Mississippi, Estados Unidos.

Una mujer estaba atrapada, así que entró junto a otros dos bomberos. De pronto, el techo se vino abajo y quedó inmovilizado. Su máscara se le derritió sobre el rostro.

Estuvo 63 días internado. Perdió las orejas, los labios, la nariz y los párpados. Casi no podía ver.

Cuando regresó a su hogar, Alison, Dalton y Averi, sus hijos de seis, tres y dos años, quedaron aterrados. No se atrevían a mirarlo. «Hay cosas peores que morir», dijo en una entrevista que concedió a la revista New York.

A lo largo de una década, se sometió a 71 cirugías para reconstruir su rostro, sin demasiados resultados. Se volvió adicto a los calmantes y se divorció. En 2012 entró en quiebra y ya no tenía rumbo.

Entonces, un amigo le escribió al doctor Eduardo Rodriguez, que ya era famoso por haber realizado algunos trasplantes faciales. Éste accedió a ayudarlo y lo puso en una lista de espera. Tenía que aparecer un donante que coincidiera con su color de piel, su tipo sanguíneo y su estructura ósea.

Debió aguardar hasta 2015. David Rodebaugh murió en agosto tras un accidente de motocicleta. Tenía 26 años y siempre había querido ser bombero. Por eso su madre accedió a donar su rostro.
El trasplante, que estuvo financiado por la organización sin fines de lucro LiveOnNY, se realizó en el Centro Médico Langone, de la Universidad de Nueva York. Participaron en las 26 horas que duró alrededor de 100 médicos, enfermeras y técnicos, bajo la dirección de Rodríguez.

Fue el más osado que se hizo hasta el momento. Las probabilidades de sobrevivir no superaban el 50 por ciento. Pero Hardison nunca lo dudó, y hoy celebra su decisión.

A tres meses de la operación, el cirujano explicó que aún falta mucho tiempo para que la recuperación sea completa. Pero cuando llegue el momento, nadie sospechará que es un rostro trasplantado. «Siempre hay esperanza», dijo el bombero.