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El buen vino se pone a prueba

El consumidor no tiene por qué entender de vinos, ni descubrir si la bebida tiene mora, zarzamora o regaliz. Basta con que perciba un balance y armonía aromática a la hora de catar para convencerse de que ha elegido un buen vino”. De esta forma describe José Moro, presidente de la bodega española Emilio Moro, el verdadero placer de beber la uva en su estado fermentado.

Moro lo dice con la autoridad de quien ha recorrido viñedos y conocido su industria desde niño, la de su padre Emilio Moro, cuyo nombre está en las botellas de vino que ahora se exportan desde Pesquera de Duero, Valladolid (España), a distintos sitios del mundo.

El vino toma personalidad de su terroir, y con los dedos de su mano va enumerando: primero, son las condiciones climatológicas; el segundo, el suelo, y lo tercero, la variedad de la uva que usamos.

“La conjunción de estas tres variables hace que el vino sea potente y reestructurado con mucho carácter y personalidad”, recalca.

Hay que jugar con el clima, reconoce, porque se presentan inviernos muy duros y fríos; primaveras lluviosas y templadas; veranos muy cálidos y secos.

En el caso de los suelos de los campos, hay piso calcáreo, calizo y arcilloso mezclado con canto rodado, junto con ello también deben innovar, por lo que someten sus procesos a investigaciones universitarias para lograr hacer vinos sutiles y elegantes.

“Queremos que el vino nos bese la boca y a la vez, según tragamos el tanino, la personalidad de esa tierra quede patente”, dijo Moro.

Dependiendo de la cantidad de lluvia que ha caído, o por temperaturas variables soportadas por el viñedo, así como su tiempo de vendimia, se obtienen matices y características propias de la viña por cada año.